Presentación

En Mundo Fabril el trabajador está atravesado por dos perspectivas: la del anonimato y la de la subjetividad.

En la perspectiva del anonimato, las diferencias no cuentan. El trabajador es un número, un portador de fuerza de trabajo destinada a ser consumida en beneficio de la producción. Nada sabemos de él más que su ubicación en la cadena de producción, como un eslabón que aporta a la producción de las cosas y a su funcionamiento. La perspectiva anónima es la perspectiva en la que todos los trabajadores son uno y el mismo, en general.

En la perspectiva de la subjetividad, el trabajador es un sujeto que desea. Alguien que busca satisfacerse en los intersticios del orden del trabajo, de la lógica de las máquinas y de las condiciones que le impone su realidad. En esta perspectiva aparecen las diferencias puesto que nadie se satisface de la misma forma. Y dado que ese disfrute depende de objetos y regulaciones, el trabajador, como cualquier sujeto, se inventa sus propias estrategias para satisfacerse. De lo que surge una singularidad irrepetible.

Estas dos perspectivas son solo eso: miradas desde afuera. Porque en la práctica, en la vida cotidiana, en los pensamientos y en los sueños de cada trabajador, ambas coexisten en tensión.

Y en lo que a nosotros respecta, nos abren la posibilidad de delinear espacios y tiempos donde sucede la acción de este espectáculo. Donde lo más general de cada trabajador se articula con lo más singular, sin que esto signifique que las tensiones se resuelvan.

Mundo Fabril explora entonces el modo en que los goces particulares de cada uno se valen del orden impuesto de las máquinas, los horarios y otras tantas coerciones, para satisfacer su singularidad más allá de las obligaciones objetivas.

Hubo una época no muy lejana en la que los ideales provistos por la sociedad alcanzaban a regular los goces de las mayorías, catalizando grandes caudales de energía en pos de objetivos comunes. En cambio, en esta época de identidades agrietadas, las satisfacciones tienden a la dispersión.

Nuestro espectáculo explora esos recorridos.

Apuntes sobre la puesta en escena

No representamos una fábrica en el sentido realista del término.Tampoco los actores hacen de obreros.

Ni representan tareas fabriles objetivas. En lugar de eso y simplemente, están ocupados.

Ocupados en tareas absurdas, completamente irrelevantes y reiterativas. Tareas que no conducen a nada, que no adicionan ningún valor ni generan producto alguno. Sencillamente, están ocupados en un absurdo.

Y en ese absurdo resuenan las “supuestamente verdaderas tareas” que nos ocupan día a día. Como si fueran más verdaderas que éstas que hacen los actores. Como si tuvieran más sentido. Como si condujeran a algo. Y entre el tramado que estas tareas producen, asistimos a la presentación de unas vidas. ¿Qué se presenta de ellas? Sus deseos, sus obsesiones. Cosas que les pasan en la fábrica y que van más allá de la fábrica.

Impulsos que los atraviesan y los hacen hablar y actuar. Se presentan y no se representan. Se presentan desde las palabras. Como si el solo hecho de enunciar un “soy” diera la identidad. Tal como hacen los niños cuando juegan. En sus juegos no están ocupados en ser. Simplemente son.

Y en cuanto a lo que mueve la acción:

Mientras el orden fabril intenta imponer su lógica de producción y consumo. Mientras los cuerpos se avienen a producir, sostener y rebelarse ante ese orden. Mientras las voluntades se guían por los conceptos aprendidos en las capacitaciones. Mientras todo eso sucede, los deseos van por otro lado.

Allí donde reina el orden hay otro, menos evidente y más caprichoso. Allí donde hay una lógica, subyacen otras, que no se comparten. Al calor de las máquinas, brotan otros calores.

Mundo Fabril está hecho de los intentos de que las cosas funcionen. De los esfuerzos para que las palabras comuniquen. De la voluntad de darle a las acciones un sentido útil. Y de las fallas de todo eso.