Por, Patricia Espinosa - Ambito Financiero -
Jueves 9 de Junio 2011
Jueves 9 de Junio 2011
A «Mundo fabril» de Podolsky no le interesa ideologizar a sus personajes, sino mostrarlos en sus momentos de descanso. |
«Mundo Fabril» de R. Podolsky. Int.: M. Avellaneda, V. Borges, J. Borraspardo, R. Echevarría, H. Herrera y otros. Esc. y Vest.: A. Polito. Dis. Ilum.: M. Sendón. Coreog.: M. Bonard. Mús.: F. Marrale (Teatro del Abasto).
En «Tiempos modernos» (1936) hay dos escenas antológicas que reflejan de manera cómica la alienación del trabajo fabril. En una se lo ve a Charles Chaplin (vestido de overol) ajustando tuercas a un ritmo tan frenético que termina siendo víctima de un colapso nervioso, y en otra es engullido literalmente por una gran maquinaria. Ambos episodios muestran al obrero en su punto más alto de deshumanización.
El director Román Podolsky («Las Primas») también se vale del humor para describir un ámbito laboral de por sí muy conflictivo, pero «Mundo Fabril» (pieza de creación colectiva) no apunta a la crítica social ni está cargada de ideología como en los tiempos de Chaplin; simplemente hace foco en la subjetividad de un grupo de operarios, para preguntarse qué sienten; qué desean y de qué hablan en sus tiempos de descanso.
La relación con el trabajo está expresada a través de coreografías grupales -creadas por Mayra Bonard, ex integrante «El descueve»- que alternan con la acción dramática sin fusionarse con ella, pero con un ajustado nivel de abstracción.
Los movimientos de los intérpretes evocan los rasgos más exasperantes de la rutina fabril, donde cada operario funciona como un engranaje más (la escenografía de Alejandra Polito también realza el dinamismo a la puesta con sus paneles deslizantes).
No se trata de una industria en particular, ni de determinados puestos u oficios. Lejos del apunte documentalista, cada obrero va aportando su testimonio personal, distorsionado en buena medida por fantasías propias, rumores ajenos y mitos compartidos. Algún reclamo sindical, la necesidad de cobrar el salario a tiempo, el temor ante los reiterados accidentes de trabajo no son temas que opaquen la ternura y vitalidad de estos seres anónimos.
La eficacia de estas viñetas en las que el dolor circula muy escondido, se debe en buena medida al convincente desempeño actoral de todo el elenco. Cada quien tendrá su preferido, pero no obstante cabe destacar la labor de Hernán Herrera (el que le habla a las máquinas para mejorar su rendimiento); Valeria Borges (la operaria que estudió masoterapia para progresar) y Magdalena Usandivaras (impresiona su relato, carente de toda emoción, del accidente fabril que destrozó el cuerpo de su marido).
En «Tiempos modernos» (1936) hay dos escenas antológicas que reflejan de manera cómica la alienación del trabajo fabril. En una se lo ve a Charles Chaplin (vestido de overol) ajustando tuercas a un ritmo tan frenético que termina siendo víctima de un colapso nervioso, y en otra es engullido literalmente por una gran maquinaria. Ambos episodios muestran al obrero en su punto más alto de deshumanización.
El director Román Podolsky («Las Primas») también se vale del humor para describir un ámbito laboral de por sí muy conflictivo, pero «Mundo Fabril» (pieza de creación colectiva) no apunta a la crítica social ni está cargada de ideología como en los tiempos de Chaplin; simplemente hace foco en la subjetividad de un grupo de operarios, para preguntarse qué sienten; qué desean y de qué hablan en sus tiempos de descanso.
La relación con el trabajo está expresada a través de coreografías grupales -creadas por Mayra Bonard, ex integrante «El descueve»- que alternan con la acción dramática sin fusionarse con ella, pero con un ajustado nivel de abstracción.
Los movimientos de los intérpretes evocan los rasgos más exasperantes de la rutina fabril, donde cada operario funciona como un engranaje más (la escenografía de Alejandra Polito también realza el dinamismo a la puesta con sus paneles deslizantes).
No se trata de una industria en particular, ni de determinados puestos u oficios. Lejos del apunte documentalista, cada obrero va aportando su testimonio personal, distorsionado en buena medida por fantasías propias, rumores ajenos y mitos compartidos. Algún reclamo sindical, la necesidad de cobrar el salario a tiempo, el temor ante los reiterados accidentes de trabajo no son temas que opaquen la ternura y vitalidad de estos seres anónimos.
La eficacia de estas viñetas en las que el dolor circula muy escondido, se debe en buena medida al convincente desempeño actoral de todo el elenco. Cada quien tendrá su preferido, pero no obstante cabe destacar la labor de Hernán Herrera (el que le habla a las máquinas para mejorar su rendimiento); Valeria Borges (la operaria que estudió masoterapia para progresar) y Magdalena Usandivaras (impresiona su relato, carente de toda emoción, del accidente fabril que destrozó el cuerpo de su marido).