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Lunes, 4 de abril de 2011

TEATRO › ROMAN PODOLSKY Y MUNDO FABRIL, SU NUEVA PUESTA

Fábrica, metáfora y espejo

“La fábrica es un sustrato sobre el que transcurre la vida cotidiana”, dice el director y autor, que en el Teatro del Abasto utiliza ese ámbito para dibujar una lógica y un hilo de historias que va mucho más allá de lo relacionado con el mundo laboral.

Por Carolina Prieto

En la fábrica imaginada por Román Podolsky y sus actores, una trabajadora se pierde en anécdotas familiares de sus antepasados peronistas y nunca termina de contar el micro-emprendimiento que la tiene tan entusiasmada. Otra, enfurecida porque no le dan el cambio de turno que le permitiría ayudar a sus hermanos en los estudios, ve con buenos ojos a un compañero y, en un descanso de trabajo, lo saca a bailar un lento, bien apretaditos. Otra le practica masoterapia a un trabajador que está desencajado. Otro confiesa hablarle a la máquina para que no se descomponga, antes de ejemplificar las ridiculeces que le enuncia cada día. Otro siente que el montacargas que maneja diariamente es como una montaña rusa. ¿Deliran? Nada de eso, simplemente exponen sus mundos internos cuando el ritmo productivo se interrumpe y se abre un espacio para la humanidad.

Claro que el ámbito de Mundo Fabril –espectáculo que el director y autor de piezas elogiadas del off como Harina, Guardavidas y Aureliano estrenó el lunes pasado en el Teatro del Abasto– poco tiene de una usina real; más bien es un lugar desangelado y vacío en el que unos paneles grises sugieren distintos ámbitos teñidos de una música industrial. Allí once personajes desnudan su intimidad en forma fragmentada, como pinceladas que delinean contornos. Entre confesiones y movimientos mecánicos, repetitivos y absurdos que ejecutan, asoma un humor que brota pesar de ellos mismos, además de reclamos e injusticias laborales dolorosamente reconocibles, incluida la figura del delegado que no resuelve nada, los accidentes de trabajo y las enfermedades asociadas a la manipulación de elementos tóxicos.

“No representamos una fábrica en el sentido realista del término, ni los actores representan obreros ni ejecutan tareas fabriles objetivas. Más bien están ocupados en tareas irrelevantes. La fábrica es un sustrato sobre el que transcurre la vida cotidiana, un marco para poner en contrapunto dos lógicas: la del sistema productivo con los cuerpos al servicio del trabajo, y otra que tiene que ver con el deseo de las personas y con las cosas que les pasan a pesar de ellos mismos. La primera borra la singularidad; la otra la pone en primer plano”, advierte Podolsky en diálogo con Página/12. La obra surgió a partir de la muestra de fin de año que el director y sus alumnos realizaron en el 2009, como cierre de un seminario de dramaturgia del actor. Durante ese año trabajaron el tema de la fábrica, un universo alejado de la realidad del grupo con excepción de dos actores. Uno de ellos había trabajado en una fábrica y otro era un consultor externo. “Era un universo a descubrir, un viaje”, apunta el creador, que una vez concluida la muestra sintió tal entusiasmo que decidió ir por más. Y durante todo el año pasado profundizaron para llegar a un espectáculo. Visitaron dos fábricas (Pepsico, de punta, y Ceras Suiza, más pequeña y familiar), entrevistaron a trabajadores y supervisores y terminaron de formar un equipo creativo que se completó con Mayra Bonard (a cargo de las coreografías), Federico Marrale (responsable de la música), Matías Sendón (luces) y Alejandra Polito (escenografía).

“En las fábricas me interesaba ver qué pasaba con los cuerpos, porque es ahí donde esas dos lógicas tienen escena. Mientras trabajaban eran cuerpos anónimos montados en un dispositivo mecánico, como extensiones de la máquina repitiendo movimientos rudimentarios durante horas. Y en los momentos de descanso, cuando paraban para comer o ir al baño, los cuerpos se aflojan, aparecen chistes, risas, comentarios. Incluso mientras trabajaban, muchos escuchaban música con sus auriculares, o si tenían alguien cerca charlaban. Es un sistema con grietas en el que algo de la comunicación se hace posible”, asegura el director. Con todo ese bagaje encima y a partir de consignas, los actores fueron imaginando sus criaturas y delineado sus mundos. Podolsky tomó esos materiales hechos de acciones y palabras y fue tejiendo la dramaturgia. “Fue genial escuchar a los actores: cómo asocian a partir de un tema dado y cómo más allá de lo que quieren decir aparecen cuestiones inesperadas que nos sorprenden a todos. Así fueron apareciendo las singularidades”, comenta.

A su vez, la coreógrafa y bailarina Mayra Bonard –ya había colaborado en Aureliano, un trabajo anterior de Podolsky– se sumó para organizar las secuencias grupales de movimiento, que si bien remiten a las máquinas no se limitan a ilustrar su funcionamiento. Hay una zona de ambigüedad: por momentos los cuerpos podrían ser partes de la máquina o las mismas mercancías que se desplazan en la cadena de montaje. “La indefinición aparece también en el personaje del que cae al piso y es tratado por sus compañeros como una máquina y no como un humano. Como para pensar cuánto hay de producto, de mercancía o de máquina en nosotros”, apunta el director. Tampoco aparece definido qué es lo que se produce en esa fábrica; la mirada del espectador accede a ella a través de los paneles que manipulan los actores, que abren, achican y recortan la visión del espacio como el lente de una cámara.

En abril, el director y dramaturgo reestrenará Las Primas o la voz de Yuna, adaptación de la novela de Aurora Venturini (ganadora del premio Nueva Novela de Página/12) que fue muy bien recibida el año pasado y, a mitad de año, presentará en Timbre Cuatro una versión libre de La Strada, de Fellini, con un elenco encabezado por Claudio Da Passano y Malena Figó, quienes lo convocaron para la dirección. Más allá de generar los proyectos o de recibir invitaciones, el director configura sus montajes desde una óptica basada en la dramaturgia del actor, una técnica a la que arribó casi sin darse cuenta, sintetizando aportes de distintos maestros e intereses personales. Ente ellos destaca a la directora Helena Tritek –“fui su asistente y me influyó su manera de armar, en la que el sentido no está dado de antemano, sino que resulta de la articulación de los materiales”, aclara– y el psicoanálisis de orientación lacaniana, disciplina que estudia desde hace muchos años. Fue en Harina, el unipersonal ganador de varios premios que creó junto a la actriz Carolina Tejeda –como la conmovedora panadera de un pueblo de provincia que la desaparición del ferrocarril terminó de sepultar– donde asentaron esta metodología. “Ella traía materiales, los probábamos, yo sugería puntas, ella improvisaba, yo registraba. En Guardavidas lo volví a poner en práctica y funcionó. Me interesa tomar lo que los actores dicen, escuchar no tanto lo que quieren trasmitir, sino lo que aparece al margen de esa voluntad de decir, que es donde surgen las cosas más interesantes. Encontré una manera de contar más poética y menos ilustrativa”, concluye.

* Mundo Fabril puede verse los lunes a las 21 en el Teatro del Abasto (Humahuaca 3549) con las actuaciones de Patricia Alonso, Valeria Borges, Ramiro Echevarría, Hernán Herrera, Max Mirelmann, Rodolfo Pérez, Diego Rinaldi, Leticia Torres y Magdalena Usandivaras.